viernes, 17 de junio de 2011

Capítulo 3: Temores sobre papel

Esa sensación de anhelar algo, de aferrarte a ello poniendo todas tus esperanzas, y que, una vez que ocurre, no sabes cómo reaccionar. Seguramente esa sea la reacción que tuve por la vuelta de Will. Echaba de menos su voz grave y serena y su aura de seriedad y ternura típica de hermano mayor. Había aceptado la soledad por un tiempo indeterminado, pero esta noticia simplemente me había sorprendido con la guardia baja. Will, en este pueblucho de nuevo… Posiblemente infeliz, siempre ha querido ver mundo, conocer otras gentes y culturas, no vivir incomunicado, enfermo de prejuicios como la gran mayoría. ¿Lo que yo quiero? Ni siquiera lo sé, no puedo ir al instituto, ni apenas salir a la calle y ocupo la mayor parte del tiempo en reflexionar, horas y horas, sin más compañía que la propia, y sin noticias del exterior, salvo los cotilleos del vecindario.

Con un gran esfuerzo me levanto de la cama entre bostezos, Will vendrá en unas horas y quiero que piense que soy la Kathe espontánea de siempre.

Me ducho rápidamente, y me pongo uno de los muchos vestidos refinados que no me terminan de gustar, cortesía de mi prima. Me aliso el cabello como bien puedo e incluso me aplico algo de maquillaje para ocultar las ojeras de tantas noches en vela. Ni siquiera voy a bajar a desayunar, anoche llegaron mis primos desde Londres, Cassandra y Charles, los cuales son unos arrogantes, y no me encuentro con ganas de fingir que me alegro de verlos, así que me limito a esperar sentada frente al tocador.

Las imágenes transcurren como millones de diapositivas simultáneamente: cuatro sombras de complexión adulta, discuten, gritan, se dirigen miradas de odio y amargura, yo lo presencio como una espectadora, en la lejanía; de repente, Will me abraza, me dice algo que parece muy importante y me dedica una sonrisa muy triste; ahora una de las sombras discutiendo soy yo, discuto con Will, me mira con tanto odio que se me forma un nudo en la garganta… Una vez más, soy incapaz de decir nada; Despierto en una lujosa cama, todo es demasiado apacible, me pregunto por qué, la ansiedad vuelve a mí y oigo unos ruidos infernales mientras caigo al suelo con mucha lentitud…

-¡Kathe, abre la puerta! No sé por qué esa manía de cerrar con pestillo.
Levanto la cabeza con una violenta sacudida que hace que me golpee la cabeza con el borde del tocador, me he quedado dormida.
-¡Ya voy! – balbuceo.
Finalmente abro la puerta, y allí está mi tía Elizabeth, con un traje chaqueta azul marino muy elegante, algo normal en ella. Sus ojos negros permanecen clavados en mí durante unos segundos, escrutándome de arriba abajo de una manera muy incómoda.
-¿Por qué no bajas a desayunar? Tus primos están aquí, y tienen ganas de verte. Me parece una descortesía por tu parte no saludarlos.- me dedica una mirada seria- Esta tarde hemos organizado un partido de bádminton familiar…como antes - se aclara la garganta y prosigue- Ya los saludarás allí. ¿Estás lista? William vendrá en cuestión de minutos.
-Sí, lo estoy- me esfuerzo en parecer tranquila- me gustaría recibirle yo, si no te importa. Y otra cosa, ¿Cuál es el dormitorio de Will?
-Es la habitación de invitados del 1º piso, al lado de la cocina.- dicho esto, se va sin más explicaciones.
Tras cesar el taconeo, cojo un pedazo de papel y recopilo con letra temblorosa inquietudes e hipótesis que, hasta ahora, no he confiado a nadie, y aparte de Will, seguirá siendo así. Ahora me dirijo con sigilo a la que será su habitación, coloco con cuidado la nota donde, estoy segura, sólo se dará cuenta él.


De repente suena el timbre, y voy a abrir, con la certeza de que es Will. Abro nerviosa la puerta, sin creérmelo aún.

-Perdone, pero… ¿quién es usted?- digo con voz aguda e infantil.
Will me mira con horror y sorpresa, los ojos azules sombríos del tono del mar de madrugada.
-Kathe, tú…- empieza.
Le interrumpo abrazándolo con fuerza y permitiéndome llorar silenciosamente sobre el cuello de su camisa, él me devuelve el abrazo, aunque sigue desconcertado.

-¡Era una broma! Bienvenido a casa. Yo…-me interrumpo, aún no es el momento. Le abrazo con más fuerza aún si cabe - No sabes cuánto te he echado de menos, Willy- me aparto para mirarle y sonreírle con los ojos aún brillantes del llanto.

martes, 7 de junio de 2011

Capítulo 2: Tren de única dirección

Visualizo cada uno de los árboles que se ven reflejados en el cristal empañado del tren. En ese reflejo también me encuentro yo, con la mirada pérdida y afligida, retiro el rostro lo antes posible, me niego a seguir mostrando ese aspecto. Intento mantenerme sereno y mirar al vacío, sin fijarme en nada concreto. Cada vez que el tren se detiene para dejar o recoger a los pasajeros, me percato de que estoy más lejos de mi antigua residencia, he estado bastante tiempo fuera, asistiendo a las clases de la universidad y conviviendo con Derek, mi amigo. Pero todo eso se acabó en el mismo instante en que ocurrió, en una noche de luna menguante, una tragedia que nos estará persiguiendo el resto de nuestra vida como si se tratase de una enfermedad que no tiene cura. Han pasado demasiadas cosas que quisiera enterrar eternamente, pero eso me resulta imposible, aunque una parte de lo sucedido ya se encuentra bajo tierra.
Cierro los ojos. La tía Elizabeth me comentó que últimamente Kathe se siente desorientada, que tiene breves pérdidas de memoria. Pienso que se le pasará tarde o temprano. Vuelvo a posar la mirada en los árboles que pasan rápidos, veloces, dejando sólo una mancha verde y marrón en mi pupila.
El tren se detiene al cabo de unos minutos. Nadie baja en esta parada, pero en cambio una chica entra silenciosamente. Pasa por mi lado buscando un lugar donde poder acomodarse. Me mira al percatarse de que mi sillón izquierdo está libre. Retiro la bolsa que se encontraba en el terciopelo azul y agito la cabeza para indicarle que puede ocupar el lugar que ha dejado mi pertenencia.
No le presto mucha atención, pero noto como me analiza con los ojos sin disimular. Me trago el impulso de espetarle que deje de mirarme así.
-Tus ojos son azules, como el cielo que se cierne sobre nosotros hoy.- lo dice en un tono parecido al de los poetas al recitar sus obras. La miro.- ¿Vienes de lejos?
-¿Perdona?- intento notar mi tono perplejo.
-El equipaje que tienes, en tu compartimento, encima de tu cabeza. Es bastante grande para ser de los alrededores.
-Sí. Quiero decir, sí he hecho un viaje largo.- Coloco el hombro en el fino filo de la ventana, y apoyo mi mejilla en el puño.- ¿Y tú? ¿vas a algún lugar lejano?
-A las estrellas.-manifiesta y por el rabillo del ojo puedo advertir cierta tristeza.-O algún lugar lejos de mis recuerdos. Qué cosas digo, debo parecer estúpida. Puedes reírte si quieres.
-No veo la razón.-El tren se detiene de nuevo, con una leve sacudida. Es mi parada.-Te veré en ese lugar, yo también lo busco.-Por primera vez, en todo el trayecto, la miro directamente. Ella posee en sus ojos el color de los árboles.
Estoy ante la gran casa de mis tíos. La que ahora se convertirá, inevitablemente, en la nuestra: la de mi hermana y la mía. Vacilo si tocar el timbre o entrar directamente. Opto por la primera opción, me parece una descortesía entrar de la otra manera, después de todo nos han dejado quedarnos aquí.
Me sorprende quién responde a mi llamada: Kathe, con un vestido blanco de encajes que nunca pensé en verle. Pasa sus ojos azules por todo mi ser.
-Perdone, pero… ¿quién es usted?-pregunta con esa voz aguda que pone siempre cuando habla con una persona mayor que ella, la cual no conoce.
Se me cae el alma a los pies… ¿Se ha olvidado de mí, de su propio hermano?